La maleta, les mans i la por del pare




Fa uns dies el recent Premi Nobel de literatura, Orhan Pamuk, en el discurs d’acceptació davant l’Acadèmia Sueca, parlava del seu pare com un dels orígens de la seva vocació creadora, i es referia a “ la maleta del meu pare”, leit motiv de la intervenció, alhora com un objecte real ple d’escrits que li havia deixat dos anys abans de morir, i sobre quin contingut se li havien despertat dubtes i pors, i com a metàfora de la tradició en el camí de l’escriptura, fet d’obstinació i de paciència, àmbit de companyia de les paraules dels qui ens han precedit, de les històries i els llibres d’altres persones.

Aquesta menció de la maleta del pare em recordà el vincle de la tradició paterna (que inclou necessàriament la mare) en altres dues reflexions literàries que m’havien cridat l’atenció feia poc, una relacionada amb la feina dura de cada dia, expressada en les mans com a vehicle de creació i d’unió, i l’altra amb les pors i la bondat d’una persona senzilla:

“Las manos de mi padre tienen un tacto de madera serrada… Escarban la tierra recién removida por un golpe del azadón hasta sacar de ella un racimo de patatas…La manos de mi padre aprietan la cincha sobre la panza del mulo para que la albarda y el serón no se vuelquen con el peso de la carga y tiran sin esfuerzo aparente de la soga de la que cuelga un gran cubo de estaño rebosante de agua, sobre el brocal del pozo…Las manos de mi padre se juntan en un cuenco del que rebosa el agua cuando se inclina para lavarse en el corral sobre una palangana, y luego se restriegan sobre su cara con un fragor vigoroso, y parecen todavía más oscuras por contraste con la toalla blanca con la que está secándose. Y sin embargo se vuelven torpes, lentas, premiosas, cuando sujeta un bolígrafo o un lápiz entre sus dedos… De pronto soy más alto que él, y mis manos y las suyas hace ya mucho que dejaron de encontrarse. Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre”

( Antonio Muñoz Molina, “El viento de la luna”, Seix Barral,2006, p. 112)


Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido.
Pero pronto también
le recordaron los deberes de un hombre
y le enseñaron
a rezar, a ahorrar, a trabajar.
Así que pronto fue mi padre un hombre bueno.
(“Un hombre de verdad”, diría mi abuelo).
No obstante,
- como un perro que gime,embozalado
y amarrado a su estaca- el miedo persistía
en el lugar más hondo de mi padre.
De mi padre,
que de niño tuvo los ojos tristes y de viejo
unas manos tan graves y tan limpias
como el silencio de las madrugadas.
Y siempre, siempre, un aire de hombre solo.
De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre
todo lo que su corazón desorientado
sabía dar. Y entre ello se contaba
el regalo amoroso de su miedo.
Como un hombre de bien mi padre trabajó cada
mañana,
sorteó cada noche y cuando pudo
se compró a cuotas la pequeña muerte
que siempre deseó.
La fue pagando rigurosamente,
sin sobresalto alguno, años tras año,
como un hombre de bien, el bueno de mi padre.

(Piedad Bonnett, Antioquia, Colombia, 1.951,” Biografía de un hombre con miedo”)


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